Rearmar la esperanza

Francesc Colomer, secretario autonómico de Turismo de la Generalitat Valenciana.

Parece que haya discurrido una eternidad pero no es así. Tan solo hace dos meses anunciamos, cuantificados los datos, el mejor febrero de la historia en materia turística. Después, se paró el mundo. Lo hizo de manera inmisericorde y nos pusimos a contar muertos. No hemos dejado de hacerlo y, aunque comenzamos a ver la luz al final del túnel, lo vivido hasta hoy acumula un gran dolor humano, social y económico.

El covid 19 ha significado una verdadera tormenta perfecta para el turismo. Cerrar fronteras y el espacio aéreo, prohibir viajar, confinar a naciones enteras, decretar la clausura de hoteles, alojamientos, restaurantes, bares, playas, espectáculos, ocio, etc. Constituye la peor de las pesadillas posibles para el sector que funda en la libertad, el contacto y la convivencia su razón de ser.

Hoy libramos dos batallas por dos vacunas. Una contra el coronavirus y otra contra el miedo. El mayor disolvente social que existe. Porque, efectivamente, una ola de pánico ha sacudido el mundo. Sabemos que ganaremos las dos batallas y volveremos a disfrutar de los viajes. Volveremos a vivir esa micro vida de una calidad emocional distinta que experimentamos cuando desconectamos y nos tornamos turistas.

Escuchamos resignados y dolidos que este sector será el último en regresar por sus peculiaridades. No deja de ser otra ironía de la vida. El sector especializado en cuidar a las personas condenado a la travesía más larga en este ingrato desierto. Pero volveremos con más ganas y, probablemente, más sabios. Volveremos con esa pulsión y rabia de vivir vuelta fuerza motriz. Volveremos dispuestos a competir con nuestros mejores atributos. Somos el Mediterráneo en Vivo, una verdadera tierra de promisión para el turismo. Un territorio que, por mor del esfuerzo de muchos, dispone de un bien sumamente valioso: la credibilidad. Ganada a pulso en los fogones, en los mostradores, en las recepciones, en esa gigantesca escenografía de autenticidad y hospitalidad que somos. Estas son nuestras principales credenciales. Volverán a cotizar alto en la bolsa de la voluntad y los afectos de millones de visitantes. Nacionales primero e internacionales después. Porque, contra lo que algunos puedan conjeturar en torno a un repliegue de la globalización a favor de la relocalización, jugaremos en ese mercado llamado mundo. Por el bien de la humanidad no deberíamos torcer el camino en la dirección equivocada. La conclusión tras esta pandemia no puede ser una suerte de autarquías en un mundo que exalte las fronteras y pontifique los pasaportes. Una cosa es reivindicar -con criterio- los productos de proximidad por su calidad pero otra bien distinta es sembrar la desconfianza hacia lo de fuera.

Si el concepto de globalización está cargado de connotaciones negativas porque basculó hacia la codicia y la usura, deberíamos llamarla humanización y enderezar rumbo. Pero que todos nos relacionemos sin fronteras conformando un único espacio, mercado, credo y sentimiento común me sigue pareciendo el más noble de los propósitos para el linaje humano. Ese y no otro es el marco ideal para que fluya el fenómeno turístico y sus derivadas económicas, laborales, sociales, etc. La respuesta es compartir. Compartir los saberes, las ciencias, las vacunas, los secretos y hasta los trucos para salvarnos juntos.

Muchos analistas formulan pronósticos de cómo será la economía, la sociedad y las propias personas tras la pandemia. Dicen que cambiaremos y nada será como antes. Doctores tiene la iglesia. Complicado adivinar el alcance de la mutación. Sea como sea y extraídas las impostergables lecciones de un mundo que nos acaba de marcar a fuego en la frente la fragilidad de todo, toca rearmar la esperanza. A mi modo de ver, cobra plena vigencia la hoja de ruta, los preceptos y los valores que inspiran el relato de la vanguardista Ley de Turismo, Ocio y Hospitalidad. Un código ético y deontológico elevado a rango de norma jurídica. Donde la sostenibilidad, los objetivos del desarrollo sostenible, la innovación, el conocimiento, la inteligencia, la autenticidad, el paisaje, la calidad integral, la inclusión, la profesionalidad, las personas como primer activo de la economía y un modelo de gobernanza coral determinan el trazado de nuestro futuro turístico.

Hoy tenemos pocas certezas. Pero en un escalón por debajo de la certeza habitan las hipótesis de trabajo serias y rigurosas. A ellas debemos encomendarnos con exigente imaginación y abnegado esfuerzo para salir cuanto antes. Necesitamos militar en el optimismo. Por eso nos gusta este sector. La industria de la felicidad. Hoy está tocado pero no hundido. Volverá a ser la locomotora de nuestra economía. Seguirá probablemente sin el reconocimiento que merece pero seguirá dándolo casi todo a cambio de casi nada.

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