En la imagen, playa Rincón, considerada una de las mejores no solo del Caribe, sino del mundo.
- La península está situada al noreste de la República Dominicana
Samaná puede presumir de tener algunas de las playas más increíbles del Caribe. Diversas y sobre todo, salvajes, sus aguas turquesa y sus arenas blancas ofrecen una imagen idílica, casi irreal. Bordeadas de cocoteros y de una naturaleza desbordante, se extienden solitarias a lo largo de kilómetros.
Aunque virgen, la más conocida es, sin duda, playa Rincón, en diversos rankings considerada una de las mejores no solo del Caribe, sino del mundo. Junto a ella, sobresalen otras como las Galeras, las Terrenas, el Frontón, las Flechas – la primera que pisó Cristóbal Colón- o Bacardí, todas ellas accesibles para el público. Y es que las playas de la República Dominica son públicas, lo que significa que no existe impedimento para poder pasear y bañarse en cualquiera de ellas.
Naturaleza exuberante
El clima, las temperaturas templadas y las playas no pueden hacer olvidar al turista que Samaná no es únicamente un destino de sol y playa, sino que es un lugar perfecto para los amantes de la naturaleza salvaje. En definitiva, para los amantes del ecoturismo.
El elevado índice de precipitaciones de la zona hace que cuente con una amplia zona pantanosa -protegida-, un territorio muy preciado de exuberante vegetación selvática. En él encontramos bosques húmedos, manglares, cuevas con arte rupestre, senderos y ríos que forman piscinas naturales, y espectaculares cascadas, como el Salto del Limón, cuyas aguas cristalinas se precipitan 40 metros.
Nos referimos al parque nacional Los Haitises, un nombre de origen arahuaco -la lengua autóctona de los indígenas de Samaná- que significa tierras altas o montañosas, en una clara alusión a la zona más elevada de la península.
Su fauna
Pelícanos, buitres, gaviotas reales, gavilanes o tijeretas son algunas de las especies con las que disfrutarán sin lugar a dudas los amantes del turismo ornitológico. Y es que entre la fauna presente en Samaná se encuentran numerosas aves nativas y migratorias.
Aunque posiblemente uno de los animales que despiertan mayor atracción tiene su hábitat bajo el agua. Se trata de la ballena jorobada, un mamífero que durante la temporada de aparejamiento, entre los meses de diciembre y marzo, se concentra en la zona para reproducirse. Se calcula que cada año migran desde las frías aguas del Atlántico Norte entre 3.000 y 3.500 ejemplares.
El espectáculo es impresionante. Los cantos de los machos para atraer a las hembras pueden oírse desde un radio de 30 kilómetros, y sus saltos impresionan a los que visitan el Banco de Plata, un santuario creado hace más de tres décadas para la protección de las ballenas, donde el avistamiento y la observación justifican el viaje.
Sus gentes y sus costumbres
Los dominicanos y, en especial, los habitantes de Samaná se han ganado merecidamente la fama de ser gente feliz y sencilla, y unos anfitriones acogedores. Es fácil entablar conversación con ellos. Viven sin prisas, algo que a la llegada puede sorprender, pero que con el tiempo, acaba impregnando al viajero.
La música y el baile, con el merengue, la salsa y la bachata, están siempre presentes, igual que el ron, la cerveza o la Mamajuana, el licor con supuestos poderes afrodisíacos que se ha convertido en todo un símbolo del lugar.
Si viajas hasta la península no temas por la gastronomía, te aseguramos que disfrutarás comiendo. Su cocina criolla, el café y el cacao te sorprenderán.
No puedes dejar de probar los dulces salados, la leche de coco o el picapollo -pollo frito rebozado, con yuca y plátano frito-, las deliciosas frutas tropicales que encontrarás en cualquier rincón, ni los pescados y los crustáceos como la langosta. Pruébala a la brasa, te encantará.